Había cultivado una idea romántica de Marrakech. En mi imaginación, Marrakech era una ciudad exótica, de aromas penetrantes, de aire caliente, y atardeceres dorados. Mi Marrakech rebosaba de mercados multicolores, de patios frescos, de palmeras, té de menta y buena hospitalidad.
Llegué a Marrakech con esta idea romántica en la cabeza, pero el romance con Marrakech, duraría sólo un par de horas.
En el aeropuerto, me espera un moderno coche con aire acondicionado, para conducirme hasta el alojamiento.
Un hermoso riad tradicional, en el corazón de la Medina, la parte antigua de la ciudad.
Tras una cálida bienvenida, me invitan a pasar al patio central, donde me convidan un tradicional té de menta con dulces típicos.
El patio está tapizado de cerámicas multicolores. En el centro del patio, se alza una fuente de agua, sobre la que flotan pétalos de rosas.
El patio está rodeado de puertas de madera oscura, que están talladas exquisitamente.
Hay silencio. Sólo se oye el sonido del agua que emana de la fuente, y el canto de los pájaros.
El sitio es hermoso. Me alegra pensar que voy a pasar los próximos días ahí.
Al terminar el té, subo al primer piso, donde está mi habitación. El lugar es confortable. El ambiente es fresco y sereno. La luz que atraviesa las lámparas típicas marroquíes, bañan de puntos luminosos, las paredes y el techo, dándole un aire mágico. Sobre una mesa de madera, hay un cesto con frutas frescas y una botella de agua mineral. La ventana, con persianas de madera tallada, da hacia un callejón de la medina. Se escuchan las voces y los pasos de la gente que pasa.
Dejo mis cosas, y me preparo para salir. Estoy a algunas cuadras de la famosa plaza Jemaa el Fnaa, y ese será mi primer destino.
Salgo del hotel, y empiezo a caminar por los estrechos callejones, sorteando a los niños que juegan en las puertas de las casas. Las altas paredes se tiñen de rosado, y anaranjado, a medida que el sol se va poniendo. La tarde es cálida pero agradable.
Luego de unos minutos, llego a una amplia avenida. A pesar del intenso tráfico, no hay semáforos. Motocicletas, buses, carros tirados por burros, coches, circulan en todas direcciones y a gran velocidad. Veo a otras personas haciendo malabares para cruzar, tratando de esquivar a los vehículos, que no se detienen. Creo imposible realizar esa hazaña.
Espero varios minutos, pero el tránsito no se detiene. Entonces, comprendo que el método para cruzar la calle en Marrakech, es simplemente lanzarse, poner todos los sentidos en alerta, y rezar para llegar a la otra acera con vida.
Después de algunos intentos frustrados, en los que avanzo y retrocedo varias veces, finalmente, logro cruzar.
Pero esto era sólo el comienzo. Pronto me doy cuenta que las veredas, los mercados y la misma Plaza Jemaa el Fnaa, están invadidos de motocicletas. Muchas. Cientos de motos, que pasan rasantes, a escasos milímetros del cuerpo, ruidosas, encolerizadas, a toda velocidad, en todas direcciones, en una ciudad sin reglas.
Recorrer la plaza, los mercados y los callejones, está lejos de ser un paseo relajado. Se transforma en una prueba de destreza para esquivar a todos los vehículos, con el cuerpo tenso, y el corazón fuera del pecho. Cuando no estoy esquivando motocicletas, me encuentro esquivando vendedores insistentes, y agresivos.
Mi Marrakech ideal, empieza a desvanecerse.
Pareciera que los habitantes de Marrakech, están siempre enojados. Empiezo a pensar que los extranjeros no les gustamos nada. Veo como dirigen sus motocicletas directamente hacia los forasteros, intencionalmente. Y especialmente hacia las mujeres, si no están acompañadas de un hombre. Soy testigo de cómo un joven atropella con su motocicleta a una mujer francesa, y sigue de largo. Nadie se inmuta, ni siquiera la policía. Total indiferencia. Me acerco a socorrer a la señora que queda tendida en el suelo, abrumada, asustada, ambas incrédulas por lo que acaba de suceder. Más tarde, veo cómo los niños que juegan en las calles, nos tiran piedras. Quiero creer que se trata de un juego inocente. Pero el patrón se repite los siguientes días, cada vez que pasamos cerca de niños.
Empiezo a pensar que la verdadera Marrakech, es romántica sólo de puertas para adentro.
Una vez puestos los pies en la calle, se acabó el amor.
Mi Marrakech imaginaria, era un cliché. Era una Marrakech de afiche publicitario de agencia de viajes.
La Marrakech real, es pura y dura. Es agobiante. Es hostil, agresiva, caótica. Tough love.
Hago un esfuerzo consciente para no ponerle resistencia. Relajo la tensión corporal, y dejo que la ciudad me atraviese. En el fondo, le tengo fe. Tengo la certeza de que en algún momento Marrakech se me revelará como mágica.
Y en alguna medida, sucede.
Porque a pesar de ser la ciudad de la furia, también es una ciudad mágica. Una ciudad de callejones atrapados en el tiempo, que conducen a palacios extraordinarios.
Una ciudad que despierta a las 5 am, con la llamada a oración que se escucha desde cada rincón.
Una ciudad de naranjos en flor, que huele a flores de azahar, mezcladas con orín, y especias.
Una ciudad de oasis, de palmerales, de alfombras, de tajines y lámparas multicolores.
Una ciudad cuya plaza principal baila al ritmo de los tambores, y se envuelve de humo por las noches, transformando la cena en un espectáculo único.
Una ciudad de atardeceres dorados, y cielos estrellados. De patios frescos y serenos, y cálida hospitalidad.
Cuatro días entre la magia y la furia.
Me queda la sensación de que la furia supera a la magia.
Yo suelo encariñarme con los lugares que visito, y me cuesta dejarlos. Me quedaría a vivir en cada uno. Sin embargo, no me pasó en Marrakech.
Cuando el avión despegó, miré por la ventanilla, recordando la última escena de Jurassic Park I. Aquella en que los protagonistas suben al helicóptero de rescate, mientras miran a esa tierra de locura y caos que dejan atrás.
Sentí alivio.
Del otro lado, esperaba Barcelona.
Me llamo la atención el titulo de la publicación. Me sentí identificada al leer sólo el titilo. Comparto totalmente cada descripción perfecta expresada de la manera exacta sobre Marrakech… al final… también sentí alivio y sólo quería llegar a Barcelona….
Hola Alicia, gracias por tu comentario. Si, muchos tenemos sentimientos encontrados con Marrakech, pero es una ciudad para conocer! Saludos.